Si fuéramos cisnes

Publicado en por Alberto Rodríguez Garduño

Retrataba el vuelo de las aves al pie del embalse las tardes de domingo, con la llegada de la primavera. Desde entonces, no he dejado de sentir adoración por la figura del cisne.

Si volviera a nacer -y se me ofreciera escoger-, sin lugar a dudas elegiría hacerlo como un cisne, siempre y cuando tú, mi amor, compartieras conmigo el mismo destino.

La vida, para el hombre, no viene a ser más que una tragedia de dimensiones bíblicas, y a pesar de ello, se nos termina antojando demasiado breve.

Si, por el contrario, fuéramos cisnes, compartiríamos la vida, ajenos al dolor, a las lágrimas y a las despedidas. Entre el cielo y la tierra, contemplaríamos con placer la caída de la hoja y de los años.

Cuando estas hermosas aves se deciden a formar una pareja, lo llevan a cabo para siempre. De hecho, su fidelidad alcanza hasta el extremo de que, si uno de ambos se viera obligado a emprender el viaje de ida sin retorno, el otro no volvería a emparejarse nunca más, hasta el final de sus días.

Me estremece llegar a la conclusión de que terminan muriendo de tristeza y soledad.

Si fuéramos cisnes…

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