La feria.

Publicado en por Alberto Rodríguez Garduño

 

La felicidad, en mi opinión, únicamente la experimentamos durante los primeros años de nuestra vida.

Aún puedo recordar a día de hoy los momentos más felices de mi existencia, desde los ojos de aquel niño que dicen un día fui, y que, a mi parecer, nunca he dejado de ser.

Cuando cierro los ojos, consigo ver a lo lejos la carpa de aquel circo, y, más aún, consigo verme de la mano de mi madre devorando el camino que conducía hasta la feria.

Mi madre, por aquel entonces era la única mujer de mi vida. Y digo la única, puesto que aún no había pisado éste mundo la que en un futuro llegaría a ser mi hermana, ni mucho menos había libado en los labios de ninguna señorita el agridulce sabor del amor.

El algodón de azúcar y las manzanas de caramelo me impedían advertir la realidad, encadenada en torno a los ponis que giraban sin cesar, durante varias horas de manera incesante, bajo la mirada atónita de los imbéciles niños de ciudad.

Pero sin lugar a dudas, lo que realmente me permitía dotar de sentido a todo aquel siniestro espacio, era la noria. He de confesar que, cuando tan sólo contaba unos pocos años, llegaba a impresionarme su titánica estructura. Una vez arriba, tan sólo quería atrapar para toda la eternidad con mi retina las luces de la ciudad y sentirme durante unos segundos como un ave nocturna, en busca de la salvación. Por aquel entonces, aún no era capaz de sentir el agudo contraste entre mi sonrisa de felicidad y la sensación de aversión que despedían aquellos fabricantes de sueños, que, en realidad, no eran otra cosa que feriantes.

Aunque realmente no sirva para nada revelarlo, he de admitir que me gustaría volver a recuperar una pequeña parte de toda esa inocencia que, un determinado día, sin previo aviso se fue para no volver.

Aquellas últimas noches del verano de mi infancia, en las que un cohibido otoño rasgaba suavemente mi piel, la vida se me antojaba como aquella noria, inmensa y resplandeciente, cargada de anhelos y emociones.

Sin embargo, a día de hoy, en noches como ésta y, viendo lo visto, condenado al ostracismo de mi patria, la existencia se asemeja más bien a aquel carrusel nauseabundo, en el que las fieras giraban extenuadas en torno a un grasiento eje.

En cualquier caso, y, como dije al principio, tan sólo es una opinión personal. Traten de ser felices.

 

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